Después de tantas casualidades, encuentros y reencuentros, finalmente Unai y yo nos disponíamos a continuar solos nuestro improvisado itinerario por Laos. Todavía desde que nos conociéramos y decidiéramos ciclar juntos, no lo habíamos hecho a solas, siempre acompañados. Nuestro siguiente objetivo era llegar a Vang Vieng, un destino turístico típico de Laos y famoso sobre todo entre los jóvenes, del que nos separaban unos 350Km, es decir, unos tres días.
Avisados por David zarpamos temprano por la mañana, pues la etapa constaría de unos 100Km y nos esperarían unas serias pendientes. La verdad es que el comienzo en solitario con Unai fue matador. Desde que tomáramos la primera desviación a las afueras de Luangphrabang no paramos en todo el día de subir. En momentos era una subida moderada y había momentos en los que hubo que ir en plato pequeño y casi último piñón durante largo tiempo. Pero mereció la pena por los curiosos asentamientos por los que pasábamos, la alegría con la que nos saludaban las gentes y los niños sobre todo y las impresionantes vistas con las que deleitaban nuestros ojos esas altas y empinadas montañas, cubiertas hasta el más mínimo hueco de verde y frondosa vegetación.
Nunca olvidaré aquella sensación de satisfacción que tuve al llegar por fin a aquel pueblo, Kiukachan, el pueblo más alto de Laos, situado a unos 2300m, donde por primera vez sentí frío en mi cuerpo, debido a la altura y la temprana caída del sol que tan característica es en esas latitudes. Grabadas están en mis retinas las vistas tan espectaculares que ese pueblo de apenas 15 casas y una guest house estratégicamente colocada tiene.
Tampoco olvidaré aquella guest house, no sólo por el frío que pasamos a la noche ya que no estábamos acostumbrados a aquellas temperaturas, sino por lo tétrica que era. No os digo mas que los dos coincidimos en que parecía que aquí se habrían rodado varias escenas de la película Hostel. Por no hablar del baño, al que Unai sólo entró una vez y al que se negó volver a entrar a. Ni si quiera se duchó a pesar de la sudada que nos pillamos ese día. No le culpo pues el baño, por así llamarlo, al que al entrar, un fuerte olor te noqueaba, de paredes agrietadas salpicadas de mierda, donde ducha y baño eran uno, la verdad es que no motivaba. La ducha era la típica de Laos, una gran cubeta de agua donde habrías de meter una palangana, coger agua y tirártela por encima. Pero con las características reseñadas de esta y que además el agua estaba congelada. Con lo que ciertamente aquella ducha y estancia la recordamos perfectamente, además de parecer mentira, muy gratamente.
A la mañana siguiente nos despertamos temprano porque otra vez nos esperaba una dura etapa según David. De modo que bien abrigados partimos de aquel extraño pueblo. Después de una increíble bajada en la que una sonrisa estaba permanentemente dibujada pues por fin teníamos un poco de tregua ascendente, pronto se nos desdibujó pues como bien se dice, “todo lo que se baja se sube”. Intuir la pedazo de cuesta que nos esperaba cierto es que nos desmoralizó bastante, pero salvo los primeros kilómetros que fueron un poco mas duros, al final resultó ser una cuesta mas larga que vertical, lo cual agradecimos. Finalmente llegamos a un pueblo situado en lo alto de un puerto de montaña, donde hay alguna guest house que otra, pues parece ser que es parada típica de la gente que va de mochilero por esta zona antes de llegar a Vang Vieng y donde los autobuses paran para repostar y para que los turistas coman algo y estiren las piernas. El pueblo no tiene gran cosa pero las vistas son excelentes. Nosotros aquí solo comimos pues David nos había dicho que a unos 25Km había una guest house que alucinaríamos. Que no estaba en ninguna guía y que nadie la ve, porque pasan de largo con los autobuses. De modo que a pesar de estar cansados, allá nos dirigiríamos.
Justo antes de coger nuestras bicis para dirigirnos a nuestro destino, vimos a un par de tipos con sus bicis y alforjas. Como no es muy usual darse esta imagen, allá que fuimos a hablar con ellos. Bueno pues resultó que uno de ellos llevaba 2 años en la bici. Salió de Francia un día, se recorrió África y se pasó para Asia, donde nos lo encontramos nosotros (en Laos). El caso es que ya después de 2 años estaba en el camino de regreso a su casa. La pena es que se dirigían en sentido contrario a nosotros, porque sino hubiera sido un placer andar junto a el para escuchar las numerosas anécdotas que aquel hombre tendría. El otro tipo tan sólo llevaba 3 meses acompañándole a él, con lo que después de lo oído, la verdad es que no nos interesamos mucho por él.
Salimos de aquel pueblo ya bastante cansados, pero sabiendo que tan solo quedaban pocos kilómetros. Para nuestra sorpresa, al dar una curva, vimos que lo que venía era una bajada increíble, estábamos en un alto desde donde se veía una basta extensión de montes altos y puntiagudos, bajo un sol rojizo que nos atrapó durante varios minutos a Unai y a mi. Parecía que estábamos dentro de uno de los capítulos de la serie de dibujos manga Dragon Ball, donde esas montañas de rocas cubiertas de árboles deleitaban nuestras retinas. Aquella bajada no la olvidaré jamás. Ambos bajamos a toda pastilla notando la brisa del viento sobre nuestros sudados rostros dejándonos un frescor muy agradable y con una sonrisa de oreja a oreja. No tardamos nada en hacer esos 20Km de bajada. Nada mas terminarla nos aguardaba una subida bastante pronunciada, pero que con la emoción que teníamos los 6Km que ascendimos prácticamente ni los notamos.
Sabíamos que no estábamos muy lejos así que nos fijábamos muy bien para no pasarnos aquella guest house de la que nos habló el Inglés. Finalmente la encontramos, se trataba de un pequeño recinto ajardinado con algunos plataneros en sus alrededores, que constaba de 3 casetas muy cukys. A escasos metros había un pequeño estanque, con un puentecito que se adentraba hacia el bosque. El caso es que la guest house ésta se llamaba Hot Springs (aguas termales). Pues en efecto, al otro lado del estanque y pasando el puente había una cascada con una pozita de la que caía agua calente. Total que una pasada de sitio, y encima con un spa natural que tras hacer unos 100Km con bien de cuestas, nos dejó en un auténtico estado de relax.
Esto es lo bueno que tiene la bicicleta, el ir despacito, que te permite estar en sitios donde la gente que va en autobús, en coche u en otro vehículo rápido, no se pararía. Al hablar con gente que te vas encontrando mas adelante en los sitios más turísticos se quedaban alucinados al ver los sitios en los que habíamos estado o donde nos habíamos alojado.
El sitio este estaba además en un entorno salvaje montañoso idílico. Unai y yo tras compartir cama de matrimonio nos prometimos regresar a ese sitio cuando tuviéramos pareja para sacarle todo el provecho a ese encantador lugar, que para rematar la jornada nos deleitó con un atardecer mágico, del que disfrutamos desde nuestra terraza.
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